Volver a principal

Para lograr un visionado más amplio, pulsar F-11



       

Durante la época geológica del Pleistoceno, el clima de la tierra sufrió fuertes oscilaciones térmicas, registrándose varias etapas de enfriamiento global. Estas etapas dieron origen a la aparición de enormes espesores de hielo, un hielo que ocupó gran parte de Europa.

Sierra Nevada, ni mucho menos quedó al margen y junto al hielo que vino del Norte, viajaron también algunas especies vegetales árticas que decidieron quedarse. Entre ellas una pequeña amapola, vestigio de la última glaciación, que todavía hoy vegeta en la cima del Mulhacén.

       

MULHACÉN

3.479 metros por encima del nivel del mar, y aún continúa creciendo centímetro a centímetro.

Esta vasta montaña del sur de Europa, la mayor altitud de Iberia, prosigue acrecentando su relieve año tras año.

Es la creación originada por el continuo choque de dos enormes placas tectónicas, la europea al norte y la africana al sur. Mientras, el Mediterráneo actúa cómo mediador.





La historia que os voy a contar, comenzó hace muchos, muchísimos años. Pero antes de hacerlo, permitidme que me presente: soy una pequeña amapola de frágil aspecto y color anaranjado, que abrumada por las altas temperaturas de la Región Mediterránea, se ha subido a vivir a las altas montañas de Europa.

       

A lo largo de mi deambular por el planeta tierra, y lo de deambular lo entenderéis más adelante, he tenido que soportar el hecho de tener varios nombres y además, de ir cambiándomelos continuamente con el paso de los años. En un principio, los que comenzaron a estudiar mis costumbres y modo de vida, no se esforzaron demasiado en buscarme un nombre que conectara con mi personalidad.

Tanto es así, que como vieron que vivía en los Alpes y Pirineos, me bautizaron con el nombre de: Papaver alpinum y años después Papaver pyrenaicum, creo que aunque ambos eran adecuados, no echaron el resto en ponerme alguno más agraciado. Lo de Papaver estaba hecho, ya que es un calificativo genérico a todas las demás amapolas que también se llaman papaver. También he sabido, que en alguna ocasión me llegaron a llamar: Papaver suaveolens, un calificativo que nunca llegué a comprender, pues mis flores ni son fragantes, ni tienen olor agradable, ni tan siquiera suave.

Tras todos estos avatares y con el paso de los años, encontraron para mí un calificativo definitivo y creo que algo más apropiado: “Papaver lapeyrousianum”. ¿Rimbombante, verdad? Eso al menos me lo pareció a mí, aunque poco inteligible y complejo de leer, me pareció un nombre con cierta clase y distinción. Y ello fue en honor a un naturalista francés del siglo XVII, gran estudioso de la flora del Pirineo llamado: Philippe-Isidore Picot de Lapeyrouse.

 



Como se ha descrito brevemente con anterioridad, las placas tectónicas africana y europea, han propiciado y lo continúan haciendo con el transcurrir de los años, el nacimiento de Sierra Nevada en general y del Mulhacén, de manera muy particular.

       

Mientras esto sucedía en las entrañas del planeta, ¿qué estaba ocurriendo paralelamente en su superficie? Con el Mar Mediterráneo actuando como barrera natural, el acercamiento entre los dos continentes, parecía poco menos que imposible.

Pero he aquí, que hace aproximadamente unos 6 millones de años, este distanciamiento quedó interrumpido al taponarse lo que hoy conocemos como Estrecho de Gibraltar. La conexión entre el Atlántico y el Mediterráneo, quedó obstruida y un puente de tierra se formó entre Europa y África, produciéndose la desecación parcial del Mediterráneo.

       

Obviamente este hecho originó el intercambio y la invasión de algunos seres vivos, de una y otra orilla del antiguo mar ahora desecado.

Desde África llegaron algunas especies de plantas, que los científicos denominaron: Íberoafricanismos. Especies que se asentaron y aclimataron sin problema alguno, debido a la similitud del clima de las zonas recientemente conectadas.

De entre ellas destacan, por permanecer aún entre nosotros: Ziziphus lotus, Caralluma europea y el Ciprés de Cartagena. Del mismo modo, el reino animal también nos deparó la llegada entre otras especies de la Tortuga mora (Testudo graeca) y el Erizo moruno (Atelerix algirus).

       

Tanto los animales como los vegetales, que cruzaron por "el mar seco", quedaron asentados y aclimatados en lo que los botánicos llamaron provincia Murciano-Almeriense. Como contrapartida a ese magnífico regalo zoológico y botánico llegado desde el norte de África, Europa cedió al Sur entre otras, algunas de sus rarezas botánicas, como la minúscula Arabis alpina.

Un millón de años más adelante y de nuevo, en el Estrecho de Gibraltar, una catarata de formidables proporciones volvió a llenar con aguas del Atlántico el desecado y maltrecho Mar Mediterráneo, separando nuevamente a los seres vivos de una y otra orilla, para que prosperasen y evolucionasen separadamente.




Una vez estabilizado el flamante terreno de juego, Europa y África volvieron a estar separadas por el nuevo Mediterráneo. Cabría preguntarse el origen de "La Amapola del Mulhacén" y el de otras especies afines que actualmente la acompañan.

Cuando aparece la "Papaver lapeyrousianum", lo hacen igualmente un grupo de especies alpinas como: Viola crassiuscula, Erigeron frigidus, Artemisia granatensis y Saxifraga nevadensis.

Las llamadas especies acompañantes, son endemismos estrictos de Sierra Nevada; pero sin embargo nuestra amapola, hubo de realizar un largísimo viaje para llegar hasta esta sierra de Granada. Un viaje, que la trasladó desde el gélido "Gran Norte de Europa".



"Papaver lapeyrousianum" se localiza únicamente, en una alta ladera del Mulhacén, aunque sus ilustres acompañantes lo hagan igualmente en otros elevados enclaves de la sierra como Veleta, Cerro de Los Machos o el Pico Alcazaba. Entonces, ¿quién tuvo la osadía de colocar casi en la cumbre, a esta inconfundible amapola?

       

Hace algo más de millón y medio de años, Sierra Nevada y gran parte de Europa, se vieron envueltos en un período glaciar que cubrió de hielo enormes extensiones del viejo continente. Tanto los vegetales cómo algunos animales, se vieron en la necesidad de emigrar hacia un Sur más cálido o aceptar su extinción total. Sólo hubo un modo de no aceptar ninguna de las dos premisas anteriores, refugiarse en algún lugar no excesivamente afectado por la glaciación y permanecer en él.

Sierra Nevada en general y sus altas cumbres en particular, fueron el amparo perfecto para un grupo de plantas condenadas a una más que segura extinción. Durante este período glaciar, llegaron a esta sierra especies alpinas y boreales que, en las fases cálidas interglaciares, quedaban aisladas en las cimas más elevadas y extinguiéndose en las de menor altitud.

Ante la avalancha de especies llegadas desde el Norte, Sierra Nevada les iba ofreciendo hábitats tan dispares para adaptarse como diversos tipos de suelos, laderas umbrosas, barrancos y bordes de arroyos, sin apenas competencia para ser inmediatamente colonizados.

       

El aislamiento, suele implicar primero evolución y luego especiación, siendo fácil de imaginar que las plantas que vivían a mayor altitud, quedaban completamente aisladas y separadas del resto de congéneres. Estas especies, disponían de libertad suficiente para evolucionar de forma aislada con respecto al resto. El hábitat de la "Papaver lapeyrousianum", había quedado fragmentado, potenciando de este modo, su diversificación como especie.

       

Tanto es así, que las poblaciones conocidas del Pirineo (provincias de Huesca, Lérida y Gerona), difieren en tonalidad de pétalos y pilosidad de hojas con las granadinas.

Por ello es fácil pensar que, más pronto que tarde, veamos diferenciadas taxonómicamente a las poblaciones del norte y sur de la Península Ibérica.

Para algunos especialistas en este género, las plantas de Sierra Nevada deberían ser consideradas cómo una especie distinta a las poblaciones pirenaicas o, cuando menos, una subespecie independiente.




La "Amapola del Mulhacén o Papaver lapeyrousianum", ocupa en Sierra Nevada zonas de gleras y roquedos por encima de los 3.000 m.s.n.m, siendo su situación poco halagüeña, ya que sólo se conoce una escasa población, junto a otra ya extinta en las inmediaciones del Pico Veleta.

A esta precariedad de la vida en la alta montaña, dónde apenas si llueve y cuando lo hace precipita en forma sólida, habríamos de añadirle cierta incompetencia en el manejo y gestión de zonas de alto valor ecológico, donde se protege sobremanera otras especies, sin tener en cuenta las consecuencias de tal sobreprotección.

       

Una bellísima y amenazada especie, que se encuentra en el auténtico "corredor de la muerte"


       

La "Amapola del Mulhacén" no sólo se enfrenta a las consecuencias que pudieran derivarse de su futura especiación, jugando en el filo de un delicado equilibrio para convertirse en subespecie o desaparecer totalmente del planeta, sino que habríamos de añadirle además como retos, una excesiva cabaña de caprinos existente en la zona (Capra hispanica pyrenaica), la influencia de un turismo que comienza a ser masivo y las consecuencias negativas del irrefrenable cambio climático. Esta amapola, que ha ido floreciendo incansablemente año tras año desde la última glaciación; últimamente tiene un problema...

       

...y ese problema, somos nosotros.

Introducida como elemento de caza, la Capra hispanica está excesivamente protegida en toda la sierra, que más se asemeja a una reserva zoológica, que a un espacio natural acertadamente administrado.

Y quizás lo peor es que con la consabida aparición del temido cambio climático, algunas de estas plantas están disfrutando de su primera floración, pero para otras, en cambio, será la última…

… les aguardan una muerte segura, en una lenta agonía.



Fotografías y textos de:

Antonio Soriano García.

Las fotografías de "Papaver lapeyrousianum", fueron cedidas amablemente por:

María del Carmen Vaca Peña.



Más abajo, no puedes vivir; más arriba, no tienes dónde hacerlo. Estás en la cima del Mulhacén...




INICIO PÁGINA

VOLVER A PRINCIPAL